jueves, febrero 23, 2006

una de terror


¿te gusta?



a mí no...

aquí te presento a la sociedad de la actualidad,
aquí está la mujer perfecta,
la mujer atractiva,
el cuerpo que todas querriamos tener,
la sensualidad materializada,
la mujer con más curvas que una guitarra,
la mujer ideal,
¿ideal?
¿pero qué curvas?
¡si me da grima hasta ponerla en el blog!
yo me pregunto si alguien las encuentra bellas
cuando desfilan por las pasarelas
¿quién se pondrá esos trapos que los diseñadores llaman ropa?
me da a mi que poca gente

tengo una opinión bastante radical sobre este asunto,
pero como es mi blog, la pondré, sabiendo que puede que alguien se ofenda,
pero bueno, hoy toca la realidad

a mí me parece todo un absurdo, me explico
¿para que usan los diseñadores a unas personas haciendolas perder su salud por ponerse ropa que a una farola le queda enorme?

alomejor ellos son los menos culpables de todo, pero yo opino que las modelos
son unas niñas que tienen una personalidad a la altura del pavimento y que se dejan
manipular por los diseñadores, por los esteorotipos, etc. ya que ponen en riesgo
su salud física (y mas psíquica).

alomejor he dicho más de lo que tení que decir, pero me he quedado a gusto

deberían erradicar de este mundo la moda y las pasarelas, porque me parecen que hacen
más mal que bien

y ya si empiezo a hablar de las pasarelas de abrigos de piel, me quitan el blog, pero eso será otra historia, dejen su opinión, por ahora no sé que más decir.

viernes, febrero 10, 2006

lentejuelas



Siento el aire agitado en mi interior,
desde que las primeras luces de madrugada
reflejaban las lentejuelas de tu mirada
y sonreías por una lejana ilusión.

Desde entonces solo sé que yo te amaba,
cada vez que dirigías un susurro de voz
sentía que en la noche brillaba el sol
y en el día eras tú el que calor me daba.

Y quizás no necesitas que nadie te ame,
pero solo soy una cualquiera
que va recogiendo tus suspiros del aire.

Y quizás con la mañana nueva
te des cuenta demasiado tarde
que por tu sonrisa daría mi vida entera.



San Valentín es un fraude,
¿desde cuando al amor solo se le dedica un día?

Meka, aqui la tienes, disfrútala...

martes, febrero 07, 2006


UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde
un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Vicente Aleixandre

lunes, febrero 06, 2006

niño


CUANDO tienes diez u once años y vuelves del colegio después de una jornada casi heroica te asaltan, sin duda, oscuras reflexiones. Tu madre pasa por delante de ti, apuradísima, con una sonrisa vaga en los labios: es martes y sabes muy bien que los martes va a casa de esa amiga suya, la de los ojos saltones. Tu padre, por su parte, te escucha pacientemente, sí, pero enseguida descubres con sorpresa que la victoria de tu equipo frente a los alumnos de sexto curso no le parece la cosa más importante del mundo. Luego sigue leyendo el periódico o contemplando con desesperación hojas llenas de cifras que saca de su maletín. Tú entonces le molestas un poco, haces ruido con los ceniceros, imitas el canto de la rana o el bramido del elefante. Inútil, como si no existieras. Por fin, ceñudo, acudes a tu hermano mayor, pero te recibe con un mohín de fastidio. Es muv mayor ya, desde luego: acaba de, entrar en la universidad y una tarde le sorprendiste besando a una chica muy fea en el portal. Ahora no tiene tiempo para ocuparse de ti.
¿Qué hacer, pues? Tu perro bosteza sobre la alfombra. Das un silbido y acude manso, agitando la cola. Bien, te dices, al menos éste me hace caso, me necesita. Tiras, cruel, de sus tiernas orejas y se lamenta, apenas un hilito de dolor, le soplas en los ojos y se revuelve corno si estuviese mojado; le obligas a darte la pata y lo hace con escrupulosa educación. Muy pronto, sin embargo, te aburres. Eso no te basta. Malhumorado, concibiendo implacables proyectos de venganza, recompensas al perro con una culebrilla de regaliz y te alejas por el pasillo golpeando con el pie un burujo de papel. Te sientes un poco insignificante. El mundo entero está pendiente de las cifras de tu padre, de las reuniones de tu madre, de las hazañas de tu hermano. La tierra misma contiene la respiración cuando ellos hablan, redactan un informe o hacen la compra. Tú, en cambio, ni siquiera tienes un bigote como el de Fu-Manchú con el que impresionar a las niñas. No eres el protagonista de ningún acontecimiento, de ninguna aventura.
Y sin embargo, sabes que puedes consolarte. Entras en tu habitación con cara de pocos amigos y cierras la puerta con cuidado. Quieres estar solo. Dejas el regaliz y el cortaplumas sobre la mesa, apartas el flequillo de tu frente y adoptas una actitud .solemne, de director de orquesta. Allí están, en tus cajones, junto a los petardos que te sobraron de Navidad y las canicas de cristal: tus libros. Un libro, piensas, es una cajita milagrosa: puedes meterlo en el bolsillo de tu abrigo y en él caben, sin embargo, muchas más cosas de las que existen en el mundo. En un libro cabe un dragón, por ejemplo, o un duende con pantuflas y nariz en forma de anzuelo o un gigante de cinco metros de altura que calza zapatos del número veintinueve. Un libro cruje cuando lo abres, como una galleta, y los negros regueros de tinta, sobre el frágil papel, despiden un olor sutil y sabroso, semejante al de ciertas frutas livianas.
Te gustan, sí, los libros. En ellos todo se invierte: en sus vastos reinos tú eres el rey. Ahora, por fin, los niños de diez u once años ocupan el lugar que se merecen. Nada tienen que hacer allí las ridículas hazañas de tu hermano, ni la amiga de ojos saltones de tu madre, ni el maletín de tu padre. Nada de fruslerías. Sólo cosas verdaderamente importantes y personajes verdaderamente importantes:
Pulgarcito, Hansel y Gretel, Pinocho, Tom Sativyer, Guillermo, Momo, el pequeño Nicolás y ese Jim que disputó a peligrosísimos piratas un increíble tesoro en una isla desierta. Recorres las páginas a caballo, empuñando una espada o persiguiendo a un astuto ladrón o saltando sobre tus botas de siete leguas. Estás solo, pero todo el mundo te mira. Ves que en ese mundo tú eres el protagonista. Ya estás vengado. El centro del universo coincide ahora con el lugar donde tú te encuentras.
Y precisamente, desde hace algunos días tienes un nuevo libro para leer. Te tumbas en el suelo, bocabajo y con las piernas levantadas, y lo tornas entre tus ruanos. Acaricias su lomo con cariño v emoción. Demoras lo más posible el momento de nadar sin resuello a través de sus páginas: el placer es más intenso cuanto más fuerte es el deseo. Te entretienes un rato con los brillantes colores de 1a portada y luego lees en voz alta el nombre del autor: Roald Dahl. Un nombre curioso, tan breve v tan .sonoro; un rugido seguido de una campanada, un timbrazo e inmediatamente una sola nota sale del piano. Finalmente deletreas también, gozoso, el título de la obra: Charlie y la fábrica de chocolate. Y ya sin más, abres el cofre y buscas entre las páginas.
El protagonista del libro es naturalmente un niño, como Tom Sawyer o Guillermo. Es además, como Pulgarcito, un niño pobre que sueña -quién no- con comer muchas chocolatinas. Y es, por último, un niño que, al igual que Hansel y Gretel o Jim, encuentra algo que cambiará su vida. Es cierto, se parece a los mejores de tus cuentos, a los más famosos cuentos que has leído. Y sin embargo no, se trata de un libro distinto, nuevo, de otra tierra que hay que explorar. Porque ¡junto a Charlie hay otro personaje, un personaje sin el cual Charlie no habría sido más que un Pulgarcito sin botas de siete leguas o un Pinocho sin Gepetto. Sí, tienes que reconocerlo, no es un niño. Suele vestir un hermoso frac color ciruela que probablemente serviría a tu padre y hace ya mucho tiempo que salió del colegio. Y no obstante no es un hombre común. Se distingue de los otros adultos no porque no vaya a la oficina o porque no tenga una amiga de ojos saltones sino precisamente porque no 1e gustan los adultos. O más exactamente: porque prefiere a los niños. En realidad, te recuerda asimismo a personajes de otros cuentos: las hadas, Merlín el Encantador o la Vieja de los Gansos. Pues, como ellos, conoce la magia y sus efectos y sabe a quién otorgar sus favores.
Se llama Willy Wonka y es el dueño de la fábrica de chocolate que se yergue frente a la casa de Charlie. Pero no creas, no se trata de una fábrica normal. La fábrica de Wonka, el más grande inventor de golosinas del mundo, esconde un misterio, un secreto que nadie conoce. Y este secreto excita la curiosidad de todos. «¿Qué ocultará ese loco de Wonka?», se pregunta la gente. Y Wonka por fin se decide a desvelar su secreto: mostrará las maravillas de su fábrica a los cinco niños que encuentren los cinco billetes de oro que ha escondido en sus chocolatinas.
Estás nervioso, impaciente. ¿Conseguirá Charlie encontrar uno de ellos? Trepas las páginas, con el corazón apresurado, casi sin detenerte. Mordisqueas el regaliz, que has cogido de la mesa, y avanzas remontando el río. Y de pronto, un buen día, lo consigue. Sí, lo consiguió. Uf, lo consiguió. La verdad es que se lo merecía. Charlie ha encontrado uno de los billetes de oro que le abrirán las puertas de la aventura y la fantasía. A la mañana siguiente, Willy Wonka le guiará por los increíbles subterráneos de su fábrica de chocolate. Sí, vas a entrar en la fábrica...
Pero en ese momento vuelve tu madre de visitar a la amiga de ojos saltones y te llama a cenar. Qué fastidio. Cierras el libro con remolonería y, después de acariciarlo por última vez, lo devuelves al cajón. Te sientas a la mesa lleno de rencor, frunciendo el ceño. Lo has decidido: sólo te comerás el primer plato y además, como por descuido, dejarás caer la sal sobre el mantel. Sabes cuánto molesta esto a tu madre. No le perdonas que te haya interrumpido.
Pero no te preocupes. Cena tranquilo. Charlie te esperará cuanto tiempo sea necesario y Wonka no abrirá la fábrica hasta que tú regreses. No, no te preocupes. No van a entrar sin ti.